María Freire (Montevideo, Uruguay,
1917)
“Solo conociendo la unión
indisoluble entre la obra plástica y la personalidad ética de María Freire,
puede medirse la enorme distancia comprendida entre la memoria activa de su
obra y la amnesia que la era posmoderna generó respecto a las premisas
humanistas utópicas de la cultura moderna.”
Introduzco este artículo dedicado a
esta pintora y escultora uruguaya, con una cita extraída del texto firmado por
Gabriel Peluffo Linari, y titulado Universo y región en el espacio artístico
de María Freire, que me parece que resume una buena parte del quehacer
artístico de una mujer que fue una pionera de las formas abstractas en la
plástica uruguaya. Pintora, escultora, profesora de dibujo, y crítica de arte
son los hitos profesionales de Freire, que sería cofundadora del Grupo de Arte
No Figurativo, junto con su pareja artística y sentimental, José Pedro
Costigliolo.
Después de estudiar en el Círculo de
Bellas Artes y en la Universidad del Trabajo, recibiría una beca para ampliar
estudios en Amsterdam y en París, donde podrá conocer de primera mano las obra
de los neoplasticistas holandeses, de Pollock, de Calder y de otras destacadas
figuras a las que había conocido primero por medio de revistas francesas de arte
que se recibían en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la capital
uruguaya.
Como todos los artistas contemporáneos
del Uruguay, mantuvo contactos con Torres García, al que ya hemos mencionado en
los artículos anteriores dedicados a Petrona Viera y Amalia Nieto, quien, entre
otras cosas, era defensor de dirigir la mirada hacia el arte de los pueblos
calificados de “primitivos”, algo que había causado un impacto muy grande en
los artistas europeos de los años 20 y 30, como fue el caso de Picasso.
Freire tampoco se pudo resistir al
influjo de esos pueblos, y tanto las máscaras africanas como los elementos que
configuraron el universo visual de los pueblos precolombinos, estuvieron
presentes en el arranque artístico de una pintora (su obra escultórica ocupa un
periodo temporal más pequeño en relación a la pintura), que hizo un viaje que
la llevó a decantarse por la abstracción pura, por la relación entre formas sin
referentes concretos, unidas entre sí por unos ritmos que, en ocasiones, han sido
calificados de musicales, y el uso de unos colores planos, con el uso de una
paleta no excesivamente amplia, y en la que la geometría nos impone su
presencia pero no de una manera agresiva, sino todo lo contrario, casi como si
nos estuviera pidiendo disculpas, con dulzura, con exquisita educación. Algo
que también es trasladable a su obra escultórica.
A pesar de ese peso geométrico, de la
bidimensionalidad, de lo reducido de la paleta cromática, no nos encontramos
ante obras frías, lejanas, impenetrables, sino que la sensación que uno tiene
es la de la existencia de una calidez casi telúrica, en la que las formas se
entrecruzan o mantienen la distancia en una invitación constante a
relacionarnos con ellas, como si quisieran que nos parásemos a escuchar esas
historias que se nos insinúan, cuya presencia intuimos. Daniel Tomasini (La
fidelidad a la excelencia renovada, María Freire) ha escrito en relación a
su obra que “una sensación de segura inestabilidad emana de sus obras
dinámicas.”
Como resumen final devuelvo la palabra
a Gabriel Peluffo cuando explica, en el mismo artículo ya citado, que “María
Freire elabora desde 1959 un repertorio formal variable, pero cuyos códigos
constructivos también podrían reducirse a unos pocos: el recorte del plano que
conlleva la construcción poligonal del signo (serie Sudamérica, 1958-1960), la
perforación espacial del plano que da lugar a una construcción nodal de
desarrollo virtualmente infinito (series Capricornio y Córdoba, 1965-1975), y
la perturbación volumétrica del plano mediante la subdivisión de su superficie,
creando relieves y vibraciones de acuerdo a secuencias de modulación cromática
(series Variantes y Vibrantes, 1975-1985).”
BOCETOS PARA MURAL HOMENAJE A MARÍA FREIRE.
COLECTIVO ARTE EN LA ESCUELA.
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